El conocimiento de valor, sobre todo en entornos de alta incertidumbre y con dinámicas de cambio constantes, parte de una premisa fundamental: el error es una fuente de conocimiento. Los procesos de innovación y creatividad suelen fundamentarse en el fracaso como pivote hacia versiones más funcionales. Esto se hace más evidente cuando existen patrones predecibles, cuando los errores se repiten en trayectorias similares. Si cada vez que utilizas a tu suegra para hacer humor se produce un silencio incómodo, probablemente deberías cambiar tu repertorio cómico (haciendo chistes sobre integrantes de la familia aún vivos, por ejemplo).
El proceso sería: te equivocas de manera recurrente en situaciones con similares condiciones, aprendes y modificas tu respuesta cuando se vuelve a presentar la misma situación.
Pero pese a ello, aprender de nuestros errores no es algo tan sencillo como pudiera parecer. Existen ciertas limitaciones humanas que nos llevan a distorsionar los hechos tal que el error se convierte en un juego de contorsionismos de medias verdades, evitaciones y sesgos convenientes. Evaluar el error, encontrar señales que lo inician y proponer soluciones no es viable cuando ni si quiera admitimos que nos hemos equivocado.
Ciclos cerrados y ciclos abiertos
Los sistemas que penalizan el error y lo intentan esconder se denominan sistemas de ciclo cerrado. Estos no aprenden del error y distorsionan la realidad para que encaje con su visión predefinida de esta. Si algo no encaja, se descarta o se crean narraciones a medida para solventarlo.
Los sistemas de ciclo abierto, por su parte, aceptan el error como algo inevitable e incluso positivo. Errar es aprender y cambiar para conseguir llegar a niveles de calidad y rendimiento superiores. Esto es esencial en el concepto de Antifrágil, de Taleb. Los estresores no nos mantienen de igual forma, no los resistimos sin más, pues eso sería robustez, aprendemos de ellos y mejoramos el sistema para que se adapte a los estresores que propone nuestra realidad.
Fricciones culturales y psicológicos al aprendizaje del fracaso
Como comento, aprender del fracaso no es tan fácil como parece. Nos han enseñado que el error es algo a evitar, con connotaciones negativas y que, en muchas ocasiones, nuestra identidad depende del resultado de nuestras acciones y no de las acciones en sí. Somos unos fracasados por no conseguir sacar adelante ese negocio, no unos valientes por intentar hacer algo distinto. El problema es que los resultados son caprichosos, se puede hacer algo mal y tener éxito por suerte; se puede hacer algo bien y fracasar por un elemento totalmente arbitrario. Pero no intentarlo no puede ser la elección predeterminada.
Además, está el problema de la jerarquía social y cómo esta nos inhibe a la hora de señalar el error. Matthew Syed pone el ejemplo de las enfermeras que callan cuando ven a un doctor, un escalón por encima en la jerarquía médica, cometer errores fatales. No consiguen evitarlo porque, de hecho, no son capaces de imponerse frente a estos.
Por otra parte, ya no solo es un problema cultural, sino que tu mente te sabotea en este proceso de aprendizaje. El sesgo de confirmación, por ejemplo, provoca que tu mente le de mayor importancia a aquella información que valida tus creencias previas. Actuando como filtro interesado, nos cuesta aceptar que algo a errado por responsabilidad nuestra. De esta forma, se da la famosa disonancia cognitiva: cómo voy a contar un mal chiste si soy un cachondo. Es decir, cuando tenemos una nueva información que contradice una de nuestras creencias, como un rasgo de nuestra identidad, tendemos a solucionar el embrollo negando la información y reforzando la creencia previa.
Se necesitan entornos «seguros» para que el aprendizaje se pueda dar. Contextos en donde fracasar se normalice, no se estigmatice y se entienda como lo que es: una oportunidad. El error nos da la oportunidad de ser mejores, pero para ello debemos partir de la asunción de que no somos perfectos.
Ganancias marginales y el poder de los pequeños pasos
«La idea es que, si descompones un gran objetivo en pequeñas partes, y mejoras en cada una de ellas, lograrás un progreso impresionante cuando las juntes todas». Creo que no hay mejor definición para el concepto que esta. Enfrentarte a la complejidad con un plan es ir a la guerra con palos y piedras, ineficaz. Descomponer la realidad y testearla, probar enfoques distintos y sus resultados, para posteriormente pivotar hacia versiones mejores, en conjunto tiene resultados enormes.
Sin embargo, este no es un proceso de lanzar los espaguetis a la pared y ver cuál se pega, como bien repite Javier Recuenco, experto en CPS y estrategia. No es probar todo hasta que algo surta efecto, todo el proceso de ensayo y error, y sobre todo en cuanto a las ganancias marginales, se tiene que basar en un proceso de análisis, pensamiento crítico y creatividad previo.
Por otro lado, esta parte del libro me recuerda a la propuesta de Ian Gibbs en el libro El Principio de Sorites, en el que expone el poder de los pequeños pasos y el efecto en la totalidad del sistema de estos en conjunto.
Pensamiento Caja Negra, una síntesis
Matthew Syed nos propone un libro con aplicaciones tanto en tu vida personal, en los negocios, como en sectores enteros. Una vez leído, puedo decir que no se percibe el fracaso de la misma manera. Obviamente no es la panacea y nuestros sesgos los llevamos encima, queramos o no. Pero entender el ensayo y error como un cambio de paradigma total, una forma más de aprendizaje y el único método para ciertas situaciones complejas, puede ser un punto de inflexión crítico.